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sábado, 22 de agosto de 2009

EL GATO NEGRO.....


Ni espero ni solicito de crédito por la historia más extraordinaria, y, sin embargo, más familiar, que voy a referir. Tratándose de un caso en el que mis sentidos se niegan a aceptar su propia evidencia, yo debería estar realmente loco si así lo creyera. Sin embargo, no estoy loco, y con toda seguridad, no sueño.

Pero mañana puedo morir y quisiera hoy poder aliviar la carga de mi espíritu. Mi inmediato deseo es mostrar al mundo, de forma clara, sucinta y sin comentarios, una serie de simples acontecimientos domésticos que, por sus consecuencias, me han aterrorizado, torturado y destruido. A pesar de todo, no trataré de esclarecerlos.
A mí casi no me han producido otro sentimiento que el de horror; pero a muchas personas les parecerán menos terribles que barrocos. Tal vez más tarde haya una inteligencia que reduzca mi visión al estado de lugar común. Alguna inteligencia más tranquila, más lógica y mucho menos excitable que la mía encontrará, tan sólo en las cirscunstancias que relato con terror, una serie normal de causas y de efectos muy naturales

.La docilidad y humanidad de mi carácter fueron sorprendentes desde mi infancia. Tan notable era la ternura de mi corazón que había hecho de mí el juguete de mis amigos. Sentía una auténtica pasión por los animales y mis padres me permitieron poseer una gran variedad de ellos. Pasaba con ellos casi todo el tiempo, y nunca me consideraba tan feliz como cuando les daba de comer o los acariciaba. Esta particularidad de mi carácter fue creciendo con los años, y cuando fui hombre hice de ella una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que han profesado afecto a un perro fiel y sagaz no necesitan explicación de la naturaleza o intensidad de la gratificación que eso puede producir. En el amor desinteresado de un animal, en el sacrificio de sí mismo, hay algo que llega directamente al corazón del que con frecuencia ha tenido ocasión de comprobar la amistad mezquina y la frágil fidelidad del Hombre vulgar.

Me casé joven, y tuve la suerte de descubrir en mi mujer una disposición de ánimo que no era distinta a la mía. Habiéndose dado cuenta de mi gusto por estos animales domésticos, no perdió ocasión alguna de proporcionarme algunos muy agradables. Tuvimos pájaros, una carpa rojo-dorada, un magnífico perro, conejos, un mono pequeño y un gato.
Era este último un animal muy grande y bello, completamente negro, y de una sagacidad muy sorprendete. Mi mujer, que era, en el fondo, algo supersticiosa, hablando de su inteligencia aludía con frecuencia a la antigua creencia popular que consideraba a todos los gatos negros como brujas disfrazadas. No quiere esto decir que hablara siempre en serio sobre este particular, y lo consigno sencillamente porque lo recuerdo.

Plutón- llamabase así el gato - era mi amigo predilecto. Sólo yo le daba de comer, y adondequiera que fuese me seguía por la casa. Incluso me costaba trabajo impedirle que me siguiera por la calle.
Nuestra amistad continuó así durante algunos años, en los cuales mi carácter general y mi temperamento ( me sonroja confesarlo ), por causa del demonio de la Intemperancia, sufrió una alteración radical y se hizo cada vez peor. Día a día me hice más taciturno, más irritable, más indiferente a los sentimientos ajenos. Empleé con mi mujer un lenguaje brutal, y con el tiempo la afligí incluso con violencias personales.
Como es natural, mis pobres animales debían de notar el cambio de mi carácer. No solamente no les atendía lo suficiente, sino que les maltrataba. Sin embargo, por lo que se refiere a Plutón, aún despertaba en mí la consideración suficiente para no pegarle. En cambio, no sentía ningún escrúpulo en maltratar a los conejos, al mono e incluso al perro, cuando, por casualidad o afecto, se cruzaban en mi camino.
Pero mi mal iba creciendo, porque ¿ qué mal admite una comparación con el alcohol? Andando el tiempo, el mismo Plutón, que envejecía y , naturalmente, se hacía un poco huraño, comenzó a experimentar los efectos de mi mal carácter.

Una noche, en ocasión de regresar a casa completamente ebrio, de vuelta de una de mis frecuentes guaridas de la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo cogí, pero él, horrorizado por mi violenta actitud, me hizo con los dientes una leve herida en la mano. Se apoderó de mi repentinamente un furor demoníaco. Ya no me conocía. Pareció como si, de pronto, mi alma original hubiese volado de mi cuerpo, y una malevolencia ruin, saturada de ginebra, se filtró en cada una de las fibras de mi ser. Sagué un cortaplumas del bolsillo de mi chaleco, lo abrí, cogí al pobre animal por la garganta y, deliberadamente, le arranqué un ojo de su cuenca... Me cubre el rubor, me abrasa, me estremezco al escribir esta abominable atrocidad.


PUBLICADO POR: ESTEFANY VERA 11-6

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